lunes, 9 de abril de 2012

La mirada de Tabucchi: Una despedida


Antonio Tabucchi (1943-2012):


Una despedida
Por Martín F. Yriart

Quienes lo conocíamos sólo por sus obras esperábamos seguir leyendo nuevas narraciones de Antonio Tabucchi (1943-2012) por muchos años más. Mirar sus últimas fotos, sin embargo, es suficiente para saber que hacía algún tiempo que la Muerte lo estaba aguardando para llevarlo consigo en el Viaje-Sin-Retorno.
         Despedirse de Tabucchi –como de cualquiera que representa algo para nosotros– es decidir con qué imagen suya nos quedaremos para siempre. En el penúltimo capítulo de Return to Centro Histórico, el mexicano-estadounidense Ilan Stavans (Ver Ómnibus VIII: 38) reflexiona acerca de qué representa nuestra cara y acaba concluyendo entre otras cosas que es el mapa de nuestra vida.
         La cara de Tabucchi, en sus últimas fotos, es la de alguien que ha luchado mucho en su vida, alguien que sabe que morirá pronto y le duele dejar a quienes sienten afecto por él, alguien que deja algo más sólido y duradero que un mero cuerpo humano putrescible.
         Pocas cosas son tan abominables como la lectura autobiográfica de la ficción narrativa. Pero también es verdad que –recordando nuevamente a Stavans– las obras son el verdadero rostro de los escritores, la contraseña por la que los reconocemos.
         Esa contraseña, en las narraciones más interesantes de Tabucchi, no reside en lo que dice sino lo que calla. El ejemplo mejor conocido de esto es su novela Sostiene Pereira (1994) y comienza por el mismo título. Esas dos palabras son una muletilla que se repite desde la primera página hasta el final, enmarcando el relato con una incógnita: ¿Ante quién o para quién “sostiene Pereira” lo que desarrolla la narración?.
         Los lectores más inclinados a lo fácil (y equivocado) interpretan que se trata de un interrogatorio policial. Difícilmente podría ser así, cuando “lo sostenido por Pereira” es una larga rememoración de una vida en la que poco o nada de lo que se dice (salvo el repentino y brutal desenlace) puede ser motivo de interés para una causa judicial. Los mismos hechos horribles protagonizados por la propia policía política portuguesa de los tiempos del dictador Oliveira Salazar lo eximen de toda sospecha.
         ¿Quién es el interlocutor ante el cual Pereira recuerda y narra todos estos hechos de su vida? ¿Por qué, para qué lo hace? Aunque la novela está sembrada de indicios, la respuesta corre por la exclusiva cuenta del lector, porque Tabucchi no ofrece ninguna como tal. No tampoco tiene sentido especular aquí acerca de una posible solución a este enigma, que afortunadamente quedará abierto mientras Tabucchi tenga lectores.
         Algo parecido sucede en Los trenes que van a Madrás, un cuento ni corto ni largo de Tabucchi, apenas diez páginas, que muchos lectores, dada su aparentemente límpida lectura, pasarán rápidamente, aunque pide a gritos una segunda mirada.
         En él, el narrador coincide en un compartimento de un tren que realiza un viaje nocturno, con un viajero enigmático. Poco a poco van surgiendo indicios si no de la identidad, al menos del origen de este viajero, probablemente judío, probablemente sobreviviente de los campos de concentración nazis de la II Guerra Mundial, probablemente objeto de alguno de los monstruosos “experimentos” realizados allí por los “científicos” de las SS. Al llegar a Madrás los dos hombres se separan. Al día siguiente un médico argentino que vive desde hace tiempo recluido en un lugar de las afueras de la ciudad aparece muerto con una bala en la cabeza.
         ¿Qué relación guarda el encuentro casual de estos dos pasajeros en el tren de Madrás con la muerte del médico argentino? Toca al lector (gran parte de lo dicho en el párrafo anterior es en realidad conjetura) imaginarlo.
         No todos los relatos de Tabucchi son una invitación tan abierta al lector para que complete con su imaginación la historia narrada o, más bien, implicada en el relato. Pero seguramente esos son los más interesantes y originales: un verdadero ejercicio de complicidad, que implica activar lo que Paul Grice llamó “el Principio de Cooperación” en la comunicación interpersonal, cuya vigencia se extiende a la lectura literaria como a la periodística, o informativa en general.
         Como los viajeros de su tren a Madrás, los lectores de Tabucchi nos despedimos de él en esa estación por la que pasaremos todos algún día. Tabucchi, en su maleta, se lleva todas las incógnitas que dejó abiertas en sus narraciones. Al despedirnos, nosotros le agradecemos justamente que nos deje este vacío, esta apertura sin cierre, que son esas narraciones suyas.

Madrid, abril 2012
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Notas
Sostiene Pereira y Pequeños equívocos sin importancia (que incluye Los trenes que van a Madrás) están traducidos al español (Editorial Anagrama). Return to Centro Histórico será publicado próximamente en español por el Fondo de Cultura, de México. H. Paul Grice desarrolló su teoría del Principio de Cooperación en varios trabajos; los más importantes están incluidos en su  Studies in the Way of Words (Cambridge MA: Harvard University Press: 1989). M.F.Y.


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